Antes de comenzar ésta ruta de 10 días por Marruecos quisiera presentar a la familia de PieyPata, quienes nos traen éste artículo de invitado.
PieyPata lo forman Facundo, a las teclas hoy, su mujer, su hijo de dos años y su perra. Acaban de regresar de un viaje en autocaravana de 3 meses desde Madrid a Polonia, ida y vuelta.
Tienen un blog muy cuidado con unas fotografías que más que fotos son postales. Una preciosidad, sinceramente. Estamos muy agradecidos de que hayan querido colaborar con nosotros y les abrimos las puertas con ilusión.
Recordad que para colaborar escribiendo en Aprendizaje Viajero simplemente tenéis que enviarnos un mail con la propuesta y echar un vistazo a la página de Guest Post (Autor Invitado).
Ahora sí que sí, dejamos las teclas a Facundo, que nos trae una aventura impresionante por el desierto del Sáhara. Una ruta por Marruecos en 10 días, llena de olores, sensaciones y descubrimientos.
Nos trae un cuento que vuelve a sus raíces, una conexión con sus antepasados a decenas de miles de kilómetros. Y todo con una sensibilidad literaria que os enganchará.
Prometido.
Tabla de Contenidos
De una ruta de 10 días por Marruecos y sus noches en el Desierto del Sáhara
El silencio era tan abrumador que se podía oír.
Y la noche, tan cerrada, que las estrellas eran un mar de polvo de colores.
Los bereberes ya se habían ido a dormir a sus tiendas de campaña, luego de brindarnos una cena que comenzaba a agotarnos: tajine de pollo con sus 75 especias… una vez más.
No me sentía muy bien, estaba mareado y con un fuerte dolor en la pierna (luego me enteraría de que había tenido una trombosis que por suerte no pasó a mayores).
Necesitaba dormir, tras un viaje de varias horas atravesando los Montes Atlas, esa cadena montañosa que recorre Marruecos y divide dos océanos: el de agua del Atlántico y el de arena del Sahara;
El desierto de Erg Chebbi
Desde Merzouga, un pequeño pueblo a “orillas” de la arena, sorteando las inmensas dunas y la infinidad amarilla del desierto de Erg Chebbi, hasta el pequeño oasis bereber.
Mientras miraba esos puntos blancos sobre mi cabeza, sintiéndome cada vez más pequeño en la inmensidad de la galaxia, el cansancio comenzó a ganarme y me dejé llevar.
Recuerdo que pensé en ese último atardecer desde lo alto de una duna –y cuando digo “alto” puedo estar hablando de hasta 150 metros de arena-, en cómo el calor intenso de la tarde daba paso a una noche fresca y oscura; y la última imagen de esa tienda de campaña bereber que era tan grande como un apartamento, con alfombras de todos los tamaños y colores en el suelo, y una altura de más de dos metros; y el sabor a té de menta en mi boca.
Era aún noche cerrada cuando se empezaron a oír las voces nómadas que nos despertaban.
El momento ideal para recorrer en mis recuerdos estos diez días en Marruecos, la tierra de mis bisabuelos.
Diez días en Marruecos, la tierra de mis bisabuelos
Llegar a Tánger en barco, cruzando el estrecho de Gibraltar, fue un golpe a los sentidos.
De un momento para el otro todo lo que era conocido desapareció, y entré en un mundo nuevo que se abría ante mis ojos y me abofeteaba con aromas intensos, algunos deliciosos, otros para olvidar, aunque la gran mayoría, de los primeros.
Me hacía mirar al suelo hacia un grupo de seis gallinas vivas atadas entre sí
por sus patas, ofrecidas como si fueran un artículo más del mercado, mientras trataba de descifrar por qué cada dos pasos me ofrecían “chocolate” susurrándome al oído.
La primera impresión de Marruecos era la de un país caótico, sucio, abarrotado… pero poco a poco eso comenzó a cambiar y me llevó a un mundo apasionante.
Tetúan, Chaouen…las ciudades del norte de Marruecos
Las ciudades se fueron sucediendo una tras otra, en taxi, en tren, en micro. Así fue como me recibió Tetuán, cuna de mis ancestros, también conocida como “la paloma blanca” del país africano, por el color de sus casas; y Chaouen (o Xauen, o Chefchaouen, como prefieras llamarlo), la ciudad que comenzó a robarme el corazón, con todas sus edificaciones pintadas de un azul intenso.
Sus callejuelas intrincadas, recorriendo una de las medinas más hermosas del país, que parece salida de un pueblo de Andalucía (la razón principal es que la población original de la ciudad fueron los musulmanes y judíos deportados del al-Ándalus, allí por el siglo XV).
El olor de Fez
Y fue el turno de Fez, y comencé a entender que efectivamente me encontraba en un universo muy diferente al mío.
Esta ciudad, una de las imperiales de Marruecos, posee la medina más grande del mundo, con más de 9000 callejuelas, en donde es tan fácil perderse que es muy común toparse con niños que por una propina te guían hacia el mercado o adonde les pidas.
(A tener cuidado con los falsos guías que en lugar de llevarte al sitio solicitado, te llevan a un negocio, sea un hotel o un lugar de venta de alfombras, en donde se ganará una comisión si logra embaucarte para quedarte o comprar algo allí).
En esta ciudad sentí quizás el hedor más espantoso que sentí en mi vida, pero sin dudas fue una experiencia inigualable: sus curtiembres. Allí, centenares de hombres descalzos, con sus manos gastadas y teñidas, transformaban la piel de los animales en cuero.
Metidos en enormes agujeros, inhalando un olor tan penetrante que descomponía, bajo el calor opresor del verano, hundían sus brazos en tintura una y otra vez. El mundo marroquí seguía invadiendo mis sentidos de una manera hermosamente agobiante.
Era un ir y venir de sensaciones que chocaban en mí y me confundían. No sabía si amaba ese país o si quería escaparme.
Casablanca, la ciudad más grande de Marruecos
Se sucedieron Meknes, una versión en miniatura de Fez, y Casablanca, la ciudad más grande de Marruecos, a orillas del océano Atlántico, con más de 7 millones de habitantes.
Centro económico y comercial (aunque no político) de Marruecos, y hogar de la Gran Mezquita Hassan II, una maravilla arquitectónica moderna (se finalizó en 1993).
Con 200 metros de altura es la mezquita más alta del mundo y es la segunda más grande detrás de La Meca.
Marrakech y el Ramadán
Pero fue Marrakech la que finalmente me convenció de que por más de que en muchos momentos me quería ir de allí, Marruecos era uno de los países más fascinantes en los que había estado.
Nada más entrar en su plaza de Jamaa El Fna fue suficiente para estar en un libro de fantasías.
Allí, entre dentistas callejeros, encantadores de serpientes, cuenta cuentos, y monos posando forzadamente para una foto, me encontraba perdido, mareado, pero feliz, atrapado por un mundo en donde el arte del regateo termina siendo tu pasatiempo favorito, en donde ya no importa el desorden, el caos, algún que otro rincón sucio;
En donde sólo importan las personas, esas que se acercan para preguntarte de que país venís y se sorprenden cuando les decís que venís de Argentina; un mundo en donde te transformás por unos días en un perro, porque tu olfato se agudiza, y te lleva a rincones de sabores y texturas que nunca habías encontrado en otro sitio, en sus enormes mercados, en sus bares de tés y sus negocios de dulces.
En donde si tenés la suerte de llegar durante el Ramadán, como la tuve en mi viaje, vas a descubrir una cultura fascinante en donde la hermandad y la unión entre los habitantes son mágicas.
Marruecos es eso, es un cóctel explosivo de sensaciones encontradas.
No es de esos países que amás u odiás. Es un país que amás Y odiás. Es un lugar al que nunca querés volver y siempre querés estar.
Es donde vas a quejarte porque no podés ver una artesanía tranquilo sin que se abalancen a regatearte, y donde vas a estar esperando ansiosamente a que comiencen con un número alto para bajar lo máximo que puedas.
Un país en donde vas a dormir en los hostales más espantosos de tu vida, y en los riads más maravillosos que podrías imaginar.
Y mientras pienso en lo infinito del desierto que sólo los bereberes comprenden, me detengo a pensar en si alguna vez regresaré.
No lo sé. Pero estoy seguro.

Fundadora de Aprendizaje Viajero y autora del blog de viajes. En él ofrecemos guías de países, recomendaciones de qué ver en distintos lugares del mundo y consejos prácticos para inspirarte.
Somos una pareja inquieta, con ganas de visitar, conocer, y aprender.
Un magnifico post, donde las sensaciones que narras valen mas que 1000 datos y numeros. Saludos.
Muchas gracias por el comentario 🙂