2 veces me despedí de ella. De ellos, obviamente muchas más. De hecho, lo sigo haciendo.
Cada junio y noviembre.
Cada octubre y marzo.
Cada día.

Esta mañana, leyendo esta entrada de es.decirdiario, se me ha removido todo. Un relato de Saulo Subirá que nos conecta, a la mayoría, con la verdadera felicidad.
Esa que estaba en unos brazos, unas manos y una voz.
Esa que nos unía con un lugar en el que todo se podía hacer realidad: la casa de los abuelos.
Yo, además, tenía la suerte de saber que la casa de mis abuelos era mi casa.

2 veces me despedí de ella. 2 momentos en el tiempo para decir adiós. Para quedarme solo con recuerdos.
Porque ya no volvería a pasar por sus puertas. No volvería a ver la figura de mi abuelo en la ventana, mientras esperaba que yo bajase la cuesta y así poder abrirme la puerta.
Ya no vería a mi abuela trajinando en la cocina. Haciendo tortos, separando las lentejas encima de la mesa, desechando las que no valían.
Ya no volvería a moler pan en el molinillo de café. Ni a cantar a todo volumen, haciendo de menos el sonido del televisor. No volvería a correr por su pasillo ni a intentar encontrar tesoros en cada uno de los botes del salón.

Hay lugares de los que cuesta despedirse. Hay lugares que significan personas. Que son personas.
La casa de mis abuelos era mi hogar. Es mi hogar.
Porque allí, yo los veía. Los escuchaba, los sentía y los imaginaba.
Será verdad que en ciertos lugares se queda la esencia de las personas.
Son esos lugares a los que quieres volver siempre.

Porque hoy y siempre, yo también pediría eso: dormir en casa de los abuelos y abrazarlos muy fuerte.
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Fundadora de Aprendizaje Viajero y autora del blog de viajes. En él ofrecemos guías de países, recomendaciones de qué ver en distintos lugares del mundo y consejos prácticos para inspirarte.
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